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Otro día de vulnerabilidades


Para desgracia de los venezolanos, esto es parte de nuestro día a día. Una mañana típica de esta región tropical te levantas, preparas tu morral con libros y cuadernos, tus bolsillos con pasajes y uno que otro chicle para el camino, tu cartera con tu identidad y tu cabeza con las cosas del quehacer.

Sales, te cruzas con historias y caras largas del sueño reciente. Te montas en los transportes urbanos, mirando hacia todos lados, tratando de analizar cientos de cuentos de cómo las cosas podrían salir mal, porque ya han salido mal en otros cuentos. Miras a todos como potenciales peligros a tu integridad, a tus objetos y a tus pesares. No, no es una vida de espía programado por una maquina deshumanizante: es la no-parece-vida de todos los días del venezolano. Y por ves numero 7 me tocó recordar las frías sensaciones de haber sido despojado de un objeto preciado y que ha costado el sudor de la espalda propia o la de alguna muy querida y cercana.

La mañana de un viernes de fin de semana, me había planificado para comenzar un nuevo reto en la universidad, y como todo trámite burocrático propio de esta sociedad amante del papel de desperdicio, tenía que arman una carpeta de requisitos dentro de otra carpeta de requisitos. Por esta razón, expuse lo que para mí era un papel con un símbolo supremo, digno de una catedral ostentosa de iglesia cualquier: mi título universitario.

Claro, sabemos que lo graduado no me lo quita un título, pero era una pertenencia valiosa. Cuando lo miraba en la repisa de una mesita de noche, recordaba tantas cosas en un segundo. Y ahora que se ha ido, me duele en el alma del estudiante que ama los libros y ama las universidades de las cosas; me he sentido culpable, he sentido que es mía la culpa y que debe haber una forma de expiar esa culpa. Lo curioso es que, dentro o fuera de toda denominación en relación a lo inconsciente de nuestras acciones, es que este acto fue algo tan de los Real (es decir, de lo contingente, de lo inesperado), que se me ha amarrado un nudo de ansiedad en la cabeza. Han sido días preguntándome cómo ocurrió, si fue perdida involuntaria o fue algún hijo de su más grande p… quien decidió quitármelo por motivos no claros aun.

El dolor y las preguntas se han entretejido, ahora hasta en los sueños no tengo escapatoria: me pregunto qué pasó, cómo, en qué momento…

Pero como muchas cosas, se escapan algunos cuestionamientos por las que he decidido escribir sobre esto. No siempre hay motivo para escribir, a veces solo es cuestión de un instante de deseo. Escribir es un acto.

Ahora bien, he agradecido siempre el apoyo de la gente a mí alrededor. Son un gran apoyo. En realidad los amigos deberían ser decretados de esa manera.

No he dejado de sentirme mal por lo acontecido, y mientras tanto, hay un montón de pasos a seguir para poder recuperar aunque sea algún justificativo del título en cuestión. No sé cómo es el proceso, pero creo que duplicarlo es casi imposible, cosa que se hace más difícil debido a mi trabajo y a la distancia que me separa de los sitios a donde debo ir a procesar documentos.

Lo que quiero comentar es que a pesar de sentirme mal, triste y sin ánimos, además de todo el miedo que acarrea volver a las calles, he seguido en movimiento. No porque sea la opción que hay, porque bien podría no hacer nada más y dejar eso así. Opciones hay, y yo he decidido agotar todas las opciones disponibles. Pero la tristeza y el miedo siguen conmigo.

He descubierto en esta sopa de ansiedades que puedo moverme junto a ellas y que no es necesario “tener ánimos” para moverse.

Soy defensor de los sentimientos cuando estos se hacen presentes: si quieres llorar, llora; si estas triste y quieres mandar todo al carajo en este momento, adelante; si tienes miedo de hacer algo, siéntelo.

Todo eso tiene algo que decir. Creo que he optado por escucharlos. En vez de decir: “esto no me vencerá, estoy bien y eso es lo que cuenta”, yo he decidido escucharlos. Tus miedos y tus tristezas, tus pesares y tus enredos, todo eso es parte de ti, entonces, ¿Por qué no escucharlos? ¿Qué tiene que ver que tengas cosas que hacer y que no puedas hacerlas porque estas triste? Invítala contigo, llévala a pasear, escucha sus conversaciones. La felicidad ha sido protagonista por mucho tiempo, y pese a que debe estar siempre en el guion de tu obra de teatro, hay otros actores que tienen su libreto y deben ser escuchados.

En los próximos días, con tristeza, miedos, inseguridades y sin ánimos, me planteo un sinfín de cosas que hacer y requisitos que recoger. Aún sigo moviéndome… un paso a la vez.

Para desgracia de los venezolanos, esto es parte de nuestro día a día. Una mañana típica de esta región tropical te levantas, preparas tu morral con libros y cuadernos, tus bolsillos con pasajes y uno que otro chicle para el camino, tu cartera con tu identidad y tu cabeza con las cosas del quehacer.

Sales, te cruzas con historias y caras largas del sueño reciente. Te montas en los transportes urbanos, mirando hacia todos lados, tratando de analizar cientos de cuentos de cómo las cosas podrían salir mal, porque ya han salido mal en otros cuentos. Miras a todos como potenciales peligros a tu integridad, a tus objetos y a tus pesares. No, no es una vida de espía programado por una maquina deshumanizante: es la no-parece-vida de todos los días del venezolano. Y por ves numero 7 me tocó recordar las frías sensaciones de haber sido despojado de un objeto preciado y que ha costado el sudor de la espalda propia o la de alguna muy querida y cercana.

La mañana de un viernes de fin de semana, me había planificado para comenzar un nuevo reto en la universidad, y como todo trámite burocrático propio de esta sociedad amante del papel de desperdicio, tenía que arman una carpeta de requisitos dentro de otra carpeta de requisitos. Por esta razón, expuse lo que para mí era un papel con un símbolo supremo, digno de una catedral ostentosa de iglesia cualquier: mi título universitario.

Claro, sabemos que lo graduado no me lo quita un título, pero era una pertenencia valiosa. Cuando lo miraba en la repisa de una mesita de noche, recordaba tantas cosas en un segundo. Y ahora que se ha ido, me duele en el alma del estudiante que ama los libros y ama las universidades de las cosas; me he sentido culpable, he sentido que es mía la culpa y que debe haber una forma de expiar esa culpa. Lo curioso es que, dentro o fuera de toda denominación en relación a lo inconsciente de nuestras acciones, es que este acto fue algo tan de los Real (es decir, de lo contingente, de lo inesperado), que se me ha amarrado un nudo de ansiedad en la cabeza. Han sido días preguntándome cómo ocurrió, si fue perdida involuntaria o fue algún hijo de su más grande p… quien decidió quitármelo por motivos no claros aun.

El dolor y las preguntas se han entretejido, ahora hasta en los sueños no tengo escapatoria: me pregunto qué pasó, cómo, en qué momento…

Pero como muchas cosas, se escapan algunos cuestionamientos por las que he decidido escribir sobre esto. No siempre hay motivo para escribir, a veces solo es cuestión de un instante de deseo. Escribir es un acto.

Ahora bien, he agradecido siempre el apoyo de la gente a mí alrededor. Son un gran apoyo. En realidad los amigos deberían ser decretados de esa manera.

No he dejado de sentirme mal por lo acontecido, y mientras tanto, hay un montón de pasos a seguir para poder recuperar aunque sea algún justificativo del título en cuestión. No sé cómo es el proceso, pero creo que duplicarlo es casi imposible, cosa que se hace más difícil debido a mi trabajo y a la distancia que me separa de los sitios a donde debo ir a procesar documentos.

Lo que quiero comentar es que a pesar de sentirme mal, triste y sin ánimos, además de todo el miedo que acarrea volver a las calles, he seguido en movimiento. No porque sea la opción que hay, porque bien podría no hacer nada más y dejar eso así. Opciones hay, y yo he decidido agotar todas las opciones disponibles. Pero la tristeza y el miedo siguen conmigo.

He descubierto en esta sopa de ansiedades que puedo moverme junto a ellas y que no es necesario “tener ánimos” para moverse.

Soy defensor de los sentimientos cuando estos se hacen presentes: si quieres llorar, llora; si estas triste y quieres mandar todo al carajo en este momento, adelante; si tienes miedo de hacer algo, siéntelo.

Todo eso tiene algo que decir. Creo que he optado por escucharlos. En vez de decir: “esto no me vencerá, estoy bien y eso es lo que cuenta”, yo he decidido escucharlos. Tus miedos y tus tristezas, tus pesares y tus enredos, todo eso es parte de ti, entonces, ¿Por qué no escucharlos? ¿Qué tiene que ver que tengas cosas que hacer y que no puedas hacerlas porque estas triste? Invítala contigo, llévala a pasear, escucha sus conversaciones. La felicidad ha sido protagonista por mucho tiempo, y pese a que debe estar siempre en el guion de tu obra de teatro, hay otros actores que tienen su libreto y deben ser escuchados.

En los próximos días, con tristeza, miedos, inseguridades y sin ánimos, me planteo un sinfín de cosas que hacer y requisitos que recoger. Aún sigo moviéndome… un paso a la vez.


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