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Ay, las mujeres…

Las mujeres de hoy. Las mujeres de antes. Las mujeres hechas de siempre. Las mujeres que son admiradas por su belleza, por su trabajo, por su existencia. Hoy es un día en el que el mundo y el mismo sistema que lo acompaña le han asignado para celebrar su sola presencia.

¿Qué es una mujer? Una pregunta que las acompaña y nos acompaña. Colocándome desde el psicoanálisis, es una pregunta que se presenta en todas y cada una, y en todos y cada uno. Una de esas tantas preguntas que fácilmente puede ser respondida si asumimos que lo que separa a un hombre y una mujer es un elemento que hemos denominado como cromosoma: un solo elemento tan pequeño plantea preguntas e historias sobre el rol de las mujeres y de los hombres.

¿Qué es lo que hace a una mujer suplir su propia diferencia? Veamos un poco de historia.

Durante gran parte de la historia de la humanidad, las mujeres ha sido siempre colocada como un espectro vestido de una minoría en muchos sentidos: intelectual, emocional, en capacidades y habilidades, relegándola a un rol relacionado a lo maternal y a la servidumbre de la cuestionable virilidad del hombre-que-todo-lo-podía; es algo triste decir que luego de décadas, es una posición que se sostiene en gran parte de nuestra civilización. Lo masculino como se le conocía hasta finales del siglo XX dominó el mundo y relegó a las mujeres a seres que solo anidaban amor de madre y cuerpos para el desahogo sexual.

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La historia transcurrió en el mundo, el tiempo hizo sus estragos y con los cambios que como civilización nos planteábamos, las mujeres fueron tomando otras presencias. Los movimientos de liberación femenina se apoderaron de la idea de que las mujeres podían escribir más allá de la maternidad y de su esclavitud doméstica. Pelearon, protestaron, se derramó sangre y esfuerzo. A la final consiguieron que el mundo las viera por sus logros e ideas, a la par de sus compañeros hombres, quienes habían dominado esa posición masculinizante del “tener todo”.

En fin, pasaron los años, actualmente nos encontramos a más de un siglo desde el comienzo de los movimientos por el cambio de esa posición que tanto anhelaban las mujeres: tener los mismos derechos, deberes, lugares y semblantes que sí podían permitírseles a los hombres.

Hoy, a 8 de marzo del año 2015, hay mujeres en posiciones de poder a nivel mundial, dirigiendo el destino de millones de personas, mujeres independientes que han asumido el éxito de sus empleos y estudios como una suficiencia, mujeres que sostienen el hogar como un eje central y absoluto para sus hijos y para su familia.

Hoy puedo decir, como hombre criado entre el final de un siglo y el inicio de otro, que las mujeres portan un trabajo e ideas hechas desde ellas mismas. Pero hay algo que quisiera comentarles.

Mujeres: es probable que no exista alguien que pueda decir qué es una mujer, porque es una pregunta que no está hecha para ser respondida, sino para cuestionarnos cada uno en la forma que puede. También quiero decirles que lo que ha hecho que los hombres se apoderasen de los pensamientos y el destino de la humanidad durante tanto tiempo es que han creado un sistema en donde “yo-tengo” y las posiciones de poder son las que definen a alguien, por lo mismo, a ustedes se les prohibía tener y siempre se les dejaba en falta, inconformes, insuficientes y con deseos domesticados.

Los hombres hemos sostenido lastimosamente que la posición de tener es la posición que define quién eres ante el otro: el hombre que tiene un trabajo, que tiene una esposa en casa criando a sus hijos, que tiene un auto, ropa elegante, un cuerpo de gimnasio, el mejor celular, las mejores mujeres en su registro viril, es un hombre, y aquello que se quede por fuera, es una especie distinta.

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Ustedes mujeres, quienes vivieron y se dejaron vivir en esa posición, se han apoderado junto a los hombres, de esa extraña idea del objeto que falta. Se han vestido con el traje de lo masculino y han hecho de su posición lo que el feminismo ortodoxo siempre quiso conseguir: una igualdad a los hombres. Una igualdad que erradica las sutiles diferencias. Se han hecho parte de esa idea que los hombres han sostenido, buscando pruebas de su virilidad.

Si me permiten, lo que he visto hasta ahora es una semblanza con los hombres que destituye las diferencias. Ustedes mujeres, quienes han tenido una relación cercana con lo femenino, con lo que el psicoanálisis llama el lado del “No-Todo” o ese lado que sabe que no se puede ser un ser completo y que no hay objeto que nos complete, han dejado en manos del “Yo-Tengo” la definición de lo que “son”. Es decir, la misma política filosófica que los hombres han justificado para erigirse desde el poder. Lo que tengo es lo que soy.

Se los pongo en términos sencillos. La posición masculina no es cosa solo de hombres. El psicoanálisis explica que el lado masculino es el lado Del-Todo o la noción de que somos seres en falta y que hay al menos un objeto que nos complete. Esta posición la han sostenido los hombres hasta nuestros tiempos, con ciertas sutilezas de cambio. Lo que el feminismo (o el lado más radical de él) propone es una semblanza en cuanto a lo que tienen los hombres, a saber: derechos a nivel legal, social, humano. Es decir: tener (ser) tal cual como un hombre en estos aspectos.

La cosa que me plantea la pregunta por lo femenino y las mujeres es cómo sostenerse en el mundo desde otra posición y que igual que la de siempre, nos permita funcionar como sujetos, como estudiantes, como profesionales, como amigos, parejas, padres e hijos. Es plantearse una diferencia, cada quien a su manera.

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Es permitirse “no ser completo”. Permitirse que haya cosas que no podemos completar porque no hay nada que completar. Actualmente, las mujeres tienen un montón de objetos que ponerse en el cuerpo, por ejemplo, para

“completar las imperfecciones” que la naturaleza y los genes le conceden: una nueva nariz, senos más grandes, traseros más vistosos, “un cuerpo de Miss”, cabellos más largos, sensuales labios reconstruidos.

A los hombres no se nos permite flaquear, la misma sociedad es arbitro de esto: no se nos permite ser inseguros o llorar, darle espacio a lo emotivo; temo pensar que ahora las mujeres rechacen esto mismo, que no se lo permiten por de repente pensar que “no son” mujeres fuertes, por ejemplo.

Mujeres, ustedes son geniales. Han introducido desde siempre interrogantes, han creado otros modos, aunque pareciera que se han olvidado de eso. Yo espero escribir sobre las contingencias de nuevas mujeres y de nuevos hombres: vistos como miembros de una especie que en conjunto ha logrado llevar cada vez más lejos a la humanidad, y no como una aburrido, estéril y estúpida “guerra de los sexos”, en donde ahora se disputa quién es el sexo más fuerte. Y lamento de decir que se cree “que las mujeres son mejores que los hombres”. Y es más lastimoso pensar que son las mismas mujeres las que se lo creen.

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Mujeres, ustedes han puesto en escena que nos necesitamos todos y cada uno. Y le han planteado al mundo que hay otros modos de realizar. Han hecho cambios, han invitado a los hombres a permitirse amar a sus hijos y a sus seres queridos desde la simpleza de un abrazo fraterno.

Eso mismo: lo sutil, lo simple, lo “no-todo”. Ustedes nos cuestionan las posiciones que asumimos y hemos asumido siempre.

Ay, las mujeres…


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