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Voces Nuestras

Todos aquellos que hemos vivido en una zona de cierto riesgo (aunque en Venezuela este hecho es bastante ambiguo) y en dichas zonas vemos personas con necesidades específicas soportadas en pobreza y bajo nivel educativo. En otras palabras: todos hemos visto sitios en donde la pobreza material y humana florece desde la distancia, pero pocos nos hemos adentrado a escuchar lo que la gente que ha perdido todo, hasta el punto de vivir en continua naturalidad con la violencia, con la escasez, con el “no saber qué comer”.

Y muchos creemos que, dadas las situaciones que hay en Venezuela y que vemos a través de un televisor siempre por medio del filtro de la política de los colores y de las necedades, sentimos que conocemos “la realidad” que hay detrás de un derrumbado país con una sociedad que lucha por sobrevivir. Permítanme comentarles algunas cosas que he visto y sentido últimamente.

Hace pocos días tuve la oportunidad de comenzar una faceta en mi vida. Un trabajo nuevo, nuevos horizontes, nuevas experiencias. Algo de la novedad en general. Dichas novedades me han hecho experimentar el dolor profundo de muchas personas las cuales tuvieron que dejarlo todo para huir llevándose en sus bolsillos una vida torturada, amenazada, ultrajada, violentada, en fin, una vida al borde de la muerte. Precisamente estas personas “cruzaron un borde” a otro lado del puente que nos separan de nuestras definiciones territoriales: venezolanos, colombianos, ecuatorianos, argentinos, estadounidenses, europeos… como si eso dijera algo de nosotros como raza.

Al llegar a una casita sostenida más con angustia de no caerse que de bases y columnas, te topas con la realidad de miles de personas en iguales condiciones: uno en realidad no se imagina que hay gente que vive así, ni siquiera por los cuentos de los medios de comunicación. Pero sí mi gente, hay gente que en verdad vive a la sombra de un árbol, entre 4 paredes de bloques o con delgadas latas que recubren la cabeza del agua de lluvia con mucha suerte.

Cuando hablas con ellos, abres una ventana a un instante en donde su vida cambió porque había otro que quería hacer de ellos la presa de su voracidad perversa. Les cuento algo.

Una mujer como protagonista, nos cuenta que ella ha huido de su vida tal como la conocía porque un día alguien decidió que ella debía ser la victima de sus perversidades. Nada más, nada menos. Todo lo injusto que ustedes pueden imaginarse estaba ahí con ella y lo más probable es que se estén quedando cortos.

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Dicha mujer cuenta: “me tomaron, me golpearon, me hicieron ver cómo mataban a los vecinos y que además, si me atrevía a decir algo, me buscarían para ver a mis hijos morir ante mis ojos; de esa manera, sin nada, hui con mis hijos”

Parece de película, pero esta es una de las historias que me he topado. Es una de sientas que podría encontrarme en los rincones de una Venezuela que casi nadie conoce o quiere conocer. ¿Cómo no sentirte abstraído por la indignación y perturbado por la maldad que tu propia raza escribe todos los días sin ningún “frenao”?

Uno se cuestiona muchas cosas. Pero ante el sujeto, uno debe permanecer de alguna manera atento a la escucha, sin conmoverse, sin dejarse llevar, sin “re victimizar” al sujeto, es decir, sin el: “Ay pobrecito/a mijo/a, verga, vení pa´cá, yo te ayudo”. No está de nuestra mano hacer que el sujeto se quede en el mismo sitio en donde las cosas se detuvieron. De alguna manera, pese a todo, como un buen vigía, hay que hacer que el sujeto encuentre su propio deseo por hacer de esa vomitiva situación algo distinta.

Pero les decía que uno se cuestiona. Afortunadamente, mis años en análisis personal me han hecho moverme de sitio, mover palabras, mover significantes y significados. Me han hecho escuchar y escucharme. Eso no te deja al margen de la sensibilidad propia de cada quien, pero te hace atento a ello. Aun así, el cuestionarse, el aprender y aprehender, sigue presente.

Historias terribles de desplazamiento forzado, de violencia física y psicológica, de muertes de hijos, padres, hermanos, abuelos y amigos hay en el borde que nos divide. Ves gente con ojos llenos de barro, tierra y dolor, asumes que tu vida no es tan jodida como uno se la hace. No quiero llenarles la lectura de tonterías cursis de libros de autoayuda porque no es el caso, es decir, no se va a esas comunidades a decir: “verga que afortunado soy”, porque es algo para uno. Tampoco para decir: “todos deberíamos saber lo afortunado que somos”, porque en verdad eso no se puede saber, uno puede tener cierta idea de lo que tiene y comparar a otros que no tengan eso, pero eso no dice lo afortunado que eres.

Hay una cosa que me ha dejado un cuestionamiento y tiene que ver con el dolor que nuestra raza, nuestros hermanos pasan en este momento mientras yo escribo desde mi pc y tu lees desde la tuya. Yo que he considerado siempre que la guerra y la paz son aliadas, me pregunto el por qué existe en el ser humano la capacidad casi inimaginable para la bestialidad de sus actos. Y no es una cosa de época, países, presidentes o personas en particular. Me pregunto y me cuestiono sobre esa capacidad tan arrecha de explotar lo peor de cada uno de nosotros, no necesariamente desde el punto violento detrás de un arma de fuego.

Para mí, el ser humano es sencillamente un acto de malos entendidos. Uno se organiza según lo que uno entiende y el bien y el mal son solo cosas de cuentos y fabulas. El acto humano trastoca toda palabra. Tú puedes decir querer mucho a alguien, pero un acto puede hacer que toda la poesía del mundo se marchite en los libros. La poesía debe ser siempre un halo noble del acto de hacer.

¿Los injusto o lo que consideramos injusto esta dado solo por el acto como tal? ¿Entonces, un sujeto que tortura a otro esta escaso de la palabra? ¿No hay más sentido que solo el acto de hacer? ¿La guerra es un acto que no tiene más palabras que desaparecer al otro en tanto sujeto que respira?

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Nada más humano que esto, porque esto de eliminarnos por una tierra o por unos animales (que a la final, no nos pertenecen) es solo cosa nuestra. Y debemos hacernos cargo de ello. No hay misticidad ni rochelerías, esto del silencio es cosa nuestra. Por lo tanto, esto de la crueldad y las ganas de torturar a alguien por solo torturar, es un acto tan humano como el rechazo que hay hacia eso.


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