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Josefina la Cantora o El pueblo de los ratones: Eso del cuerpo que habla de otra cosa.

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En el cuento corto “Josefina la Cantora o El pueblo de los ratones”, se narra la historia de Josefina y su arte expresado en un canto que no era, descrito por Kafka, como un canto maravilloso, trabajado o afinado, sino más bien lo describe como una especie de “chillido”, un chillido que mantenía en un interés particular a un poblado, precisamente no por su belleza, sino porque había algo de esa extraña forma de cantar que los mantenía en un cautiverio de atención.

Kafka nos señala el canto de Josefina como un chillido, pero un chillido que era impulsado por Josefina como parte de una escena de teatro; era algo que debía ser escuchado, que insistía en ello y que en alguna forma lo conseguía siempre, a pesar de la resistencia de los ciudadanos en escucharla. Y en un punto que puede diluirse entre las paginas, Kafka nos comenta que este chillido es como el de un ratón, e inclusive, arma una escena en donde un ratón se sube con ella al escenario y al ambos “cantar”, no se detecta diferencia alguna, salvo aquella que es prestada por la multitud, es decir por los otros que están para oírla.

El autor señala que todos los sujetos de la obra hacen este chillido especifico, por ello lo llama “…o el pueblo de los ratones”, pero puede que nadie lo note al momento de llevarlo a cabo; lo importante es que Josefina quien lo ha notado, hace de él no solo su arte, sino la forma de darse un lugar en un poblado “en donde todo está planeado”, en donde todo tiene su lugar, salvo su “canto”.

Debido a la referencia, tomare parte de la explicativa Lacaniana para orientar mi interrogativa para con esto, aunque planeo con debidas referencias, retomar el tema más adelante. Lacan nos ha hablado desde sus primeras enseñanzas que existe un momento antes de un evento fundamental para el individuo, un estadio en donde hay un organismo; un “algo” que sencillamente cumple las funciones vitales de todo organismo: comer, respirar, defecar, etc.

Técnicamente hablando, no hay una diferenciación fundamental de esto a la vida animal en general, es decir, lo que se habla de nosotros en tanto un Homo Sapiens tiene un momento en que es una cosa orgánica y nada más: no hay lenguaje, no hay significantes. El niño durante un tiempo no precisamente cronológico, sabemos, goza de estar pegado a la madre, en una especie de captura imaginaria en donde él es uno con la madre; y también sabemos, por supuesto desde Freud, que todo esto comienza a complicarse al introducirse la escena edípica, la problemática paterna explicada por Lacan, el atravesamiento del lenguaje, etc.

Hay una dimensión del reconocer la emisión de ese sonido dentro de un marco de sentido, propio de la operación significante que remite a otro significante, fuera de eso, no sería más que una operación mecánica o un fenómeno fonológico, es decir que el sonido de un cerdo o el chillido de un ratón es tan solo eso, un sonido en tanto no venga alguien a decir que eso insiste en un “querer decir algo”, cosa que pasa a menudo por ejemplo con los animales que el ser humano ha domesticado: se hace una antropologización de los sonidos de estos animales y se los categoriza al punto de decir que, cuando un perro dice o se mueve de tal forma es que quiere decir tal cosa.

Sin esta dimensión una comunicación no es más que algo que transmite, algo que es casi de igual orden que un movimiento mecánico. Pero, a partir del momento en que quiere hacer creer algo y exige reconocimiento, la palabra existe. Por eso puede hablarse, en cierto sentido, del lenguaje de los animales. Hay lenguaje en los animales en la exacta medida en que hay alguien para comprenderlo. (Lacan, Seminario I)

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Se asoma entonces al menos una primera puesta o explicación de lo animal en los sujetos: tiene que ver con algo que no es del orden de lo “que se quiere decir”. Es la parte de la historia que Kafka escribe, pero no relata. Lo que hay “por debajo”.

Porque no estamos hablando aquí de una diferenciación de reconocimiento o del por qué a Josefina sí la reconocen como quien intenta cantar y al ratón no, no es por ahí, de lo que se trata en una suposición es que Kafka marca que algo del canto de Josefina es del orden de diferenciación de los animales: una cosa fuera del sentido del “querer decir”, o al menos que eso nos habla en otro orden o de otras cosas.

No sería propio de una casualidad que Kafka lo haya llamado a modo de asimilación: “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”. Como se lo ha mencionado: es un fenómeno que le ocurre a todos, pero que pocos, a una aparente excepción de Josefina, se dan cuenta que lo hacen. Solo es algo de acto.

El cuerpo “kafkiano” que se nos muestra es el de un animal o un elemento de un animal en tanto que este es pasado por la problemática del ser; no importa si es un escarabajo o una oruga, Kafka señala una problemática: del cuerpo al menos, hay que ocuparse.


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